El Niño Que Vendía Sueños
Rastel tenía muchos amigos en su escuela y muchos más en todos aquellos lugares que visitaba en sus sueños; pero había uno que siempre andaba con él y que a través de sus años escolares se convirtió en su mejor amigo, en su “hermano de sueños” como decía Miguel.
Miguel era un niño que tenía problemas de aprendizaje al que le encantaba escuchar a Rastel cada vez que contaba sus sueños y por eso, cuando no estaba en clase, siempre estaba con Rastel.
Para Miguel no había nada más emocionante que escuchar a Rastel contar sus sueños.
Miguel era el único niño en la escuela a quien Rastel no le cobraba los 5 centavos que todos pagaban por escuchar sus sueños; además, Rastel nunca se burlaba de él cuando se le hacía difícil entender algo; por eso eran amigos desde el primer grado. Miguel nunca olvidaría aquel primer día de clases cuando se conocieron.
Estaba tan asustado pues no conocía a nadie que no quería entrar a la escuela. Entonces llegó Rastel de la mano de su mamá. Él también parecía un poco asustado, pero estaba más decidido a entrar a la escuela. Al parecer Rastel notó el miedo en Miguel y le dijo:
--Oye, por qué no me acompañas y entramos juntos, así el miedo será más fácil de enfrentar. Me llamo Rastel y tú.
-- Mi nombre es Miguel,
--respondió mientras caminaban hasta el salón de clases
De ahí en adelante… lo demás es parte de este cuento. El cuento de un niño que como tú y como yo soñaba a diario.
--Hola Miguel, Buenos días.
--Buenos días Rastel, qué soñaste anoche amigo.
--Pues verás, tuve un sueño algo raro esta vez. Estaba en una zona montañosa y húmeda rodeado de una tribu que no hablaba nada de español y mucho menos inglés. Eran alrededor de unos 33 en total y llevaban sus caras pintadas con franjas blancas y anaranjadas. No eran muy altos, pero el bronceado de su piel y su musculatura los hacia ver peligrosos. Al principio tenia algo de miedo, pero luego me di cuenta de que sólo eran diferentes a mí y que ellos estaban tan asustados como yo. Bueno, no tanto.
--¿Y quá pasó, continua?
--le dijo Miguel muy entusiasmado.
--Ya voy. Ya voy. Ahora viene la mejor parte, no te desesperes. Entonces comencé a hacerles una seña. Ya sabes, como en las películas de Indios y Vaqueros, para que entendieran que yo venia como amigo. Fue entonces que apareció la figura de un anciano, que al juzgar por su apariencia había vivido muchos años. Caminaba usando un bastón, que más bien parecía una vara mágica en la que se apoyaba. Mientras daba cada paso al acercarse, todos se apartaban de su camino. Su Mirada no se apartaba de mi persona. Me hacía sentir seguro, pero a la vez nervioso; como cuando has hecho algo malo y tus padres te llaman por nombre y apellido, tú sabes.
--Sí, ayer rompí el jarrón de porcelana de mamá y ella aún no lo ha notado.
--¿Y que vas a hacer?
--le pregunto Rastel a Miguel.
--Pues tengo un poco de dinero guardado en un frasco, tú sabes, los regalos de navidad y lo que me sobra del dinero que me dan para las meriendas, con eso y lavándole el carro a mi tío, creo que me alcanzará para reponerlo y salvarme del regaño.
-- ¡ Ajá ¡ Con razón siempre me pides prestado, si te lo guardas todo en tu casa.
--le dijo Rastel.
--Oye, no lloriquees que tú siempre sales ganando buen dinero aquí en la escuela con tus sueños.
--le respondió Miguel a Rastel.
--Bueno me dejas seguir o no.
--Está bien amigo, continúa.
--Entoces el anciano se detuvo frente a mí y pronunció unas palabras muy raras y no me pidas que las repita, pues no entendí nada. Yo solo sentí como si fuera una clase de bienvenida pues las pronunció con una sonrisa en sus labios, luego tomo mi manó y me llevo a recorrer la aldea y sus alrededores.
El lugar era hermoso y muy limpio, no había nada de papeles ni basura tirada en ninguna parte. Pude observar varios riachuelos de donde tomaban el agua y podías encontrar toda clase de frutas. Continuamos caminando río arriba hasta llegar a un lugar donde el riachuelo era un poco más ancho y al final se podía ver una peña enorme y una poza que reflejaba el color de la naturaleza, en verdad, parecía un paraíso.
--Oye dime, te tiraste a nadar.
Yo se que no podrías resistirte a una poza como esa ni en sueños,
--Le comentó Miguel mientras se reía, como queriendo acordarle a su amigo una de las tantas veces que se había metido en problemas por irse sin permiso a las lajas.
(Las lajas era como le llamaban los chicos del barrio a una pequeña poza que estaba cerca de sus casas a la que Rastel frecuentaba a diario.)
--Pues te diré que sí, para qué negártelo. El agua era cristalina y un poco fría, pero te hacía sentir muy bien.
--Lo sabía, tú hasta en sueños te metes en la primera poza que aparece. Uno de estos días te van a salir escamas, amigo.
--Bueno déjame continuar, que ya está por sonar el timbre y sabes que en el salón no podemos hablar de esto.
(Rin, Rin, Rin,)
--Tenías que mencionarlo, amigo.
--Le dijo Miguel a Rastel al sonar la campana, mientras se dirigían al salón de clases para no llegar tarde.
--Bueno te seguiré contando durante el recreo.
--Y así ambos se dirigieron a sus salones en donde sus maestros los esperaban para comenzar el día de clases.
Al llegar la hora del recreo algunos niños corrían y otros jugaban entre sí, pero había un grupo muy numeroso que sólo esperaba la llegada de Rastel para escucharlo hablar del sueño. Para cuando Rastel llegó, ya Miguel les había contado todo a los demás niños sobre el sueño de éste, así que no tuvo que comenzar de Nuevo.
--Después de nadar en aquella poza regresamos a la aldea.
--continuó contando Rastel.
Allí todos estaban bailando un baile muy raro, no era nada parecido a lo que nosotros bailamos aqui. Comenzo a contar Rastel mientras su amigo Miguel se sentaba a su lado.
O sea que no bailaban regaeton. En que mundo viven esas personas, comento un niño a viva voz, mientras los demas se reían.
No. Claro que no era regaeton, era como una danza en donde todos se movían de la manera que quisieran, pero a la vez parecían estar todos conectados por un hilo que no se veía.
Ah como las marionetas, dijo otro niño.
Sí, algo así. Entonces el anciano levanto su bastón y todos dejaron de bailar, los tambores se callaron, parecía como si el tiempo se detuviera.
Y que paso luego Rastel, vamos dinos. Le comento una niña que estaba algo desesperada por saber como terminaba el sueño.
No puedo decirles nada mas pues en ese mismo momento mi madre me despertó ya que era hora de prepararme para ir a la escuela.
Ah. Todos dijeron a coro al saber que no sabrían como acabaría este sueño. Pero al instante todos comenzaron a correr cuando volvió a sonar la campana que les anunciaba el final del recreo.
Al finalizar el día de clases y luego de un almuerzo ligero, ya que se había ido la luz en la escuela, Rastel corrió a los brazos de su madre que como siempre lo esperaba para llevarlo a casa.
Adiós Miguel nos vemos mañana en la mañana, le decía Rastel a su amigo mientras se alejaba.
Hasta mañana Rastel, te estaré esperando en el portón de la escuela muy temprano para que me cuentes lo que sueñes esta noche, respondió Miguel.
Sí Miguel, te quiero amigo. Le dijo Rastel mientras se alejaban.
Al día siguiente Rastel se levanto como de costumbre, con el dulce sonido de la voz de su madre que le decía: es hora de levantarte, se te hará tarde para ir a la escuela.
Sí mamá, respondió Rastel mientras se levantaba y se dirigía hacia el baño para lavarse.
Que hay para el desayuno hoy mamá, le pregunto Rastel a su madre.
Te preparé un revoltillo con jamón y un vaso de jugo de limón, como a ti te gusta.
Que bien, gracias mamá.
Come despacio cariño, aún es temprano.
Al llegar a la escuela Miguel lo esperaba frente al portón como le había dicho el día anterior. Como si Rastel no supiera que ahí estaría. Así lo había hecho todos los días desde el primer grado, ya estaban en sexto y Miguel lo seguía esperando al igual que siempre. Que otra cosa podía hacer, él es mi mejor amigo, pensó Rastel sin pronunciar una palabra.
Adiós mama nos vemos al salir de clases, dijo Rastel.
No tan aprisa chiquito, se te olvida algo, le dijo su mamá.
Ay mamá, sabes que los demás niños me están mirando.
Vamos dame un beso. Respondió su madre.
Esta bien, hasta la tarde le respondió Rastel mientras le daba un beso en la mejilla a su madre.
Buenos días Miguel, hey estas tirandote la tela hoy amigo le dijo Rastel.
Si, ya sabes hoy es viernes y hay que lucir bien para las chicas le respondió Miguel.
Tú como siempre, te crees el Don Juan de la escuela, le dijo Rastel.
Si y tu te crees el cuentista mas famoso de Puerto Rico, vamos déjate de tonterías y cuéntame que soñaste anoche, le respondió Miguel.
Bueno. Esta ves yo iba en un barco enorme que navegaba por el océano pacifico a toda velocidad. Las olas chocaban contra el barco como queriendo levantarlo hasta los cielos, pero el barco era demasiado pesado para ellas y solo lograban levantarlo por unos segundos.
Y no te mareaste amigo, pregunto Miguel.
No para nada. Yo estaba detrás del timón del barco y el capitán me decía, llévanos a Puerto seguro hijo y yo le respondí, si mi capitán. Al llegar al Puerto todos vitoreaban nuestra llegada. Los marineros estaban en cubierta y saludaban a la gente, había mucha alegría en el lugar, comentaba Rastel mientras se acercaban dos niños y se sentaban a escuchar muy atentamente. Todo el pueblo parecía estar de fiesta por la llegada de nuestro barco, unos bailaban, otros cantaban y el ambiente estaba lleno de algarabía. Era una fiesta increíble de creer.
Claro si era un sueño, dijo uno de los niños que acababa de llegar. Como todos los sueños que nos cuentas a diario. Respondió otro.
Bueno en el sueño era real y no importa si es así o no, a veces si crees en algo con deseo de que sea verdad, puedes lograr que así sea, solo tienes que creer en ti y pensar que puedes lograrlo, le dijo el maestro que al entrar al salón escucho la conversación. Puedo sentarme con ustedes, les pregunto el maestro.
Si mister, Rastel nos esta contando un sueño que tuvo le respondieron algunos de los niños.
Muy bien, sigue contando Rastel, dijo el maestro mientras se sentaba y así pasaron parte de la clase mientras Rastel contaba su sueño.
Bueno como no cubrimos el material que teníamos que cubrir hoy, para mañana quiero de asignación que escriban un párrafo en donde me digan algo que pueden hacer si se lo proponen, les dijo el maestro al sonar el timbre.
Maestro será para el lunes, hoy es viernes y nadie va a estar aquí mañana, le dijo uno de los niños al maestro.
Tienes razón quise decir para el lunes, bueno pasen al próximo salón, les dijo el maestro.
Y así todos pasaron al próximo salón para la siguiente clase.
Maestro, en verdad que podemos hacer grandes cosas si nos lo proponemos, le pregunto Rastel antes de salir del salón.
Si Rastel, eso es muy cierto, contesto el maestro, pero quien te ha dicho eso.
Son palabras de mi abuelo, el siempre dice que la mente es un instrumento muy poderoso que nos puede llevar a lograr metas inimaginables.
Son palabras muy sabias esas de tu abuelo, pero apurate o llegaras tarde a la próxima clase.
Si mister ya me voy.
Al final del día todos se encontraban muy contentos pues era viernes y los viernes significa un receso de las labores escolares. Unos iban de paseo, otros salían con sus padres y para otros solo descansar, pero siempre era un día muy alegre.
Adiós Miguel nos vemos el lunes en la Mañana, dijo Rastel.
Si hasta el lunes amigo, Le dijo Miguel a Rastel y así ambos se dirigieron hasta los brazos de sus madres para comenzar el fin de semana.
El sábado en la mañana era un día muy especial para Rastel. Ese era el día de levantarse tarde y saborear el desayuno metido en la cama mientras veía sus caricaturas favoritas. Un día en el que se sentía el rey de la casa aunque fuera por unas horas solamente. En la tarde su mama solía llevarlo al parque o de compras y a veces en la noche iban al cine, pero para Rastel el día favorito del fin de semana era el domingo. Ese era el día en que visitaban a su Abuelo.
El abuelo de Rastel había vivido mucho y conocía muchos lugares del mundo, de los que siempre le contaba grandes historias. Historias que eran parte de su vida y que lo llenaban de vida cada vez que las contaba. Para Rastel escuchar a su abuelo contar sus historias era como vivirlas y por eso cada domingo, cuando estaba sentado al lado de él, escuchaba atentamente cada palabra que pronunciaba, pues ellas le habían enseñado a soñar, y que hay mucho mas de lo que vemos en nuestra vida diaria.
Bendición Abu como estas, le dijo Rastel a su abuelo.
Que Dios me lo bendiga y me lo acompañe, le respondió su abuelo mientras lo abrazaba.
Oye Abu, cuéntame una de tus historias, si.
Esta bien mi querido nieto, hoy te contare algo que sucedió hace ya mucho tiempo, pero que aun recuerdo como si fuera ayer.
Y así pasaron la tarde juntos hablando de tiempos pasados, el abuelo contando y Rastel soñando que estaba ahí junto a su abuelo en aquellos lugares de los que el le hablaba.
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