Hubo Una Vez VIII
Esa pequeña frase lo había traido de vuelta a la realidad, pero a la vez lo había llevado a recordar un pequeño poema que en sus páginas leía así:
Como no he de estar bien,
si tus brazos me sostienen
y así de cerca al respirar,
siento que el aire desde
tus pulmones viene.
Como no sentirme bien
si al latir, mi corazón quiere
salir corriendo de mi pecho
y acunar los brazos
que le sostienen.
Como no he de estar bien
si mis sentidos se adhieren
a toda tu fisionomía
como la hiedra a las paredes.
Claro que me siento bien,
pero no vuelvas a soltarme,
no dejes nunca de amarme,
y aunque no viva, estaré bien.
Hubo una vez había declamado el poema completo al oido de su amiga, como si su alma misma lo escribiera al momento y ahora la nada se había apoderado de Alondra. Su cuerpo estaba inmovil, asimilando cada entonación, cada pausa y Hubo una vez se había quedado adherido al pecho de su amiga como si sus cuerpos fueran uno, como si el instante fuera eterno. El silencio era intenso, la noche más brillante que nunca, porque las estrellas centellaban con gran intensidadl, su brillo se había intensificado con el calor de aquel momento y hasta la suave brisa y el baiben de las olas, habian quedado inmersas en la quietud del momento. Un amigo, una amiga, un latir, un suspirar, un mismo sentimiento y allí en la playa, se había detenido el tiempo.
Mientras tanto Las Hojas del Arbol Muerto, regresaba a su casa cansado, rendido, en silencio sin saber que su vida nunca había sido mas real, pero nunca había estado mas lejana de su propio puerto. Esa noche, tan pronto llegó a sus aposentos, volvió a escribir y sintió que había recobrado aquello que creía muerto. Aquello que la musa se había negado a regalarle durante un largo tiempo, esa noche resucitó en el papel en cada uno de sus versos. Ahora sus hojas se tornaban verdes, de un verde tan intenso, que su lápiz no paró de escribir, hasta que en el papél plasmó estos versos.
Noche intensa y fecunda
de todo aquello que desconozco,
pero que parece ser camino
que un día recorrí en cada verso
Su rima parece ser mia
sus ojos parecen mi cielo
sus versos parecen mi vida
reflejada en otro tiempo
Siento que puedo escuchar,
sinfonía de acordes, de tonos perfectos
Siento que esta noche vuelve a renacer
mis días de sol y veranos extensos
Como puede ser esto real
como puede ser esto correcto
Como puedo vivir sin soñar,
como puedo soñar si estoy despierto
La noche se volvió eterna en su poesia, el silencio emergió y un sueño funesto, lo encontró con su cabeza en el papel y su lapiz en los dedos.
Mientras, en la playa, una nube oscura y solitaria dejó caer su suave llanto mientras dos amigos regresaban a la vida, mirándose fijamente y una leve sonrisa brotó de los labios de ambos, como una fotocopia de cada uno. El tiempo comenzaba a caminar nuévamente, mientras Alondra le decía una ultima vez a su amigo: "Estás bien". Si, lo estoy, le respondió Hubo Una Vez mientras soltaba el candado de aquel abrazo que los mantubo unidos por un momento sin tiempo.
¿Qué sucedió entre tú y Las Hojas del Arbol Muerto? preguntaba Alondra mientras salía de su asombro. Había estado abrazada a Hubo Una Vez por un largo rato y nunca antes había sentido tal paz en todo su cuerpo. Nada, en realidad, hablabamos de una nota que él encontró en el suelo. Algún escrito que alguien dejó caer y él pensó era mía, le respondió su amigo.
Es que estabas como aturdido, perdido en el tiempo, ¿Estás seguro que no fue nada?, volvió a preguntar Alondra, mientras Hubo Una Vez le respondía con una simple mirada de asombro.
Bueno amigo es tarde, debo irme, camina conmigo hasta mi casa, no me siento segura caminando a solas en este momento, le dijo Alondra mientras le indicaba el camino a seguir. Así se fueron los dos como no queriendo moverse, como alargando el camino para permanecer más tiempo juntos.
Mientras caminaban miles de preguntas, cientos de respuestas, algunos comentarios, sonrisas esporádicas, rozar de cuerpos, suaves suspiros y una llegada a un hogar en donde ambos se miraron y se dijeron adios. Alondra entró a su casa, cerro la puerta, recosto su espalda contra esta, suspiró, se asomó por la ventana y observó como su amigo se alejaba en silencio. Alondra se fue a su habitación, mientras Hubo una Vez caminaba y en su caminar iba hilvanando un nuevo cuento.
Camino a su casa Hubo Una Vez no paraba de pensar en aquel mágico momento con Alondra, la inmobilidad de sus cuerpos, la intensidad del silencio, el calor de sus cuerpos, el baiben de las olas, la brisa suspirando sin que corriera el tiempo. La imagen de su amiga adherida a su brazos como hiedra que crece en un momento, era algo que jamás había experimentado.
De repente unas luces sentellantes lo sacaron del letargo mientras caminaba frente a la casa de Las Hojas del Arbol Muerto. Las luces rojas y azules le indicaban que algo no estaba bien. Se detuvo y al observar una camilla cruzó frente a él, en ella levaban Las Hojas del Arbol Muerto. Estaba como sin fuerzas, sus brazos colgando por el barandal de la camilla, al pasar cerca de Hubo Una Vez, rozaron sus manos y este sintió la necesidad de saber si estaba bien. Fue como si un pase eléctrico de recuerdos afloraran en su mente sin ninguna concordancia, sin ningún patrón o pretexto.
Le preguntó al paramédico que sucedió y este solo le dijo: "Apártese hay que llevarlo al hospital, aparéntemente sufrió un infarto." Hubo una vez estaba tan confundido que decidió dirigirse al hospital. No sabía por que tenía la urgencia de saber, pero sentía que lo correcto era ir. Caminó unos bloques hasta llegar al hospital, entró, se dirigió a sala de emergencias y fue hasta el mostrador para preguntar como se encontraba Las Hojas del Arbol Muerto.
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