EL ÚLTIMO DE LOS TAINOS Parte I
Parte I
Se escuchaba alegre el
arroyo al pasar junto a las rocas, el viento coqueteaba con las ramas en su
paso entrecortado por el bosque y las aves revoloteaban en el cielo entonando
sus coros celestiales. Era una pintoresca mañana en la cordillera del bosque
lluvioso, en la isla del encanto y todos los habitantes del bosque querían, de
alguna manera, formar parte de ella. Hasta el solitario Guatibiri, que vivía en
su humilde bohío, bailaba en su pequeño batey un ritual que de niño aprendió.
No había nada ni nadie en derredor que no armonizara con aquel hermoso día, que
marcaba otro año más en la vida de aquel ser.
Guatibirí era un joven
solitario que vivía en el bosque, apartado de la civilización que el tanto detestaba,
pues no la comprendía. Prefería vivir alejado de todo eso que ellos llamaban
tecnología, por eso el bosque era su casa. Allí el Sol había bronceado su piel
y la noche se ocultaba en su pelo. Sus ojos, de un profundo color café, tenían
en ellos grabados el pasado glorioso de una raza que ya todos habían olvidado.
Aquella raza que un día emigró a esta isla y dejo en ella profundas raíces que
vivirían por siempre en lo más profundo de cada Borinqueño.
Para Guatibirí aquel era era un día muy
especial, pues marcaba con el otra década más de su existencia en el olvido. Ya
todos sus antepasados habían alcanzado otros niveles de vida, más allá de los
que los hombres de cuello blanco, como él llamaba a la civilización, jamás
imaginarían que existiesen. El solo esperaba el día en que le tocara reencarnar
y reunirse con los suyos para siempre, dejando así la última huella de una raza
mucho más desarrollada de lo que contaba la historia.
Él conocía muy bien lo que
ellos contaban en sus libros de sus antepasados, los Taínos y de como fueron
guiados a la extinción por la esclavitud y las enfermedades. Hablaba muy bien
su idioma y sabía lo que comentaban de una raza, que en verdad fue mucho más de
lo que ellos imaginaban.
El aprendió el lenguaje de los de cuello
blanco a través de sus antepasados. Quienes aprendieron el idioma de los españoles
y lo fueron enseñando con el pasar de los años de generación en generación.
Había leído algunos libros de historia, que algún niño olvidó recoger, y alguno
que otro papel de periódico, que alguien lanzó desde una de esas máquinas
infernales, que ellos llamaban autos. El conocía lo que ellos contaban y creían
saber de los Taínos y de sus orígenes. Como se reía de sus historietas acerca
de un tal Cristóbal Colón, de quien decían descubrió la isla en su segundo
viaje, pero él sabía la verdadera historia.
Una historia bien conocida
por todos los Taínos, que fue contada a través de los años para ser preservada
hasta el día en que el último de los Taínos abandonara este mundo. El no
tendría a quien contársela y con él moriría toda la verdad de un tiempo
incierto, que fuera la plaga más horrenda que habían encontrado; la llegada del
español a su adorada Borikén.
II
Mientras tanto allá en San Juan, en la escuela
de arqueología; varios estudiantes argumentaban con su profesor una
descabellada teoría, sobre como fue que
se extinguieron los Taínos y la posibilidad de que quedasen algunos ocultos en
algún apartado lugar, lejos de la civilización. Todos concordaban en como
fueron llevados a su extinción por culpa de los Españoles, pero había una
joven, Yohari Aldáñez, que se negaba a creer que estos estuvieran extintos.
Ella les decía que había una remota posibilidad, de que algunos se refugiaran
muy adentro en las montañas, alejados de toda civilización, y que a través de
los años se habían mantenido ocultos para preservar su raza. Todos se reían de
ella y constantemente hacían bromas de su grandiosa teoría, de como los Taínos
podían estar con vida en algún lugar inhóspito de la cordillera central, donde
nadie había llegado, donde nadie imaginaba de su existencia.
Esta era su forma de pensar y a pesar de que
todos la creían loca, por pensar en la posibilidad de que hoy día, aunque fuese
uno solo, los Taínos aún podían estar con vida, ella estaba dispuesta a dejar
todo a un lado e intentar probar su teoría y solo había una forma de
averiguarlo.
Al día siguiente Yohari se dirigió rumbo al
pico del Yunque. Quería sentarse a pensar en aquel apartado lugar, aquella
piedra desde donde podía observar casi toda la costa norte. El lugar desde
donde solía sentarse a pensar en sus locas teorías. Era un lugar impresionante;
la brisa acariciaba tu piel de tal manera y el inmenso azul del cielo se perdía
en el horizonte mezclándose con el mar. Los sentidos se perdían en el verdor
del bosque y la imaginación te hacia volar al pasado. Toda aquella hermosura
dejaba la mente de cualquiera en un estado catatónico. Tu cuerpo sin mover un
músculo se adentraba en el paisaje para perderse en la exuberante belleza de
aquella imagen que cautivaba los sentidos y te impregnaba de una paz interior.
Era como un conjuro inquebrantable que se apoderaba de todo aquel que visitaba
el lugar. Por eso ella lo llamaba, La Piedra Del Paraíso. A ella le agradaba
tanto aquel lugar, que una vez al mes se encontraba allí con su amigo de tantos
años, Carlos Alberto.
Al llegar estacionó su auto
en el lugar de costumbre y comenzó a subir por las veredas, internándose cada
vez más en la frescura de aquel bosque que le parecía tan sorprendente. Con su
lento caminar admiraba en el camino cada recodo del bosque. Caminaba sin hacer
el menor ruido, para poder disfrutar cada sonido de aquella melodiosa sinfonía.
El sonido de un arroyo, de las aves y hasta el viento formaba parte de la
orquesta que deleitaba su andar por entre la naturaleza.
Yohari era una persona muy
observadora, tenía unos ojos color marrón oscuro, pelo largo muy lacio y una
piel que parecía de porcelana. Era de mediana estatura pero su cuerpo era
escultural y poseía una condición física que muchos hombres envidiarían.
Continuó subiendo hasta
llegar al lugar donde siempre se detenía a tomar un poco de agua del pequeño
manantial que surgía de entre las rocas como por arte de magia. El riachuelo se
encontraba a un lado de un inmenso tronco de un árbol que el tiempo había
vencido y ahora yacía recostado de aquella roca que albergaba en ella aquel
hilo transparente y Delgado que le daba vida al bosque. En el se podía calmar
la sed y refrescar el rostro para continuar rumbo a la cima del impresionante
coloso que había albergado en él toda criatura que logro escapar de las fauces
del intruso colonizador.
Siempre se detenía allí por
dos razones; porque era un punto medio en su jornada hacia la cima y porque
tenía que apartarse de las veredas para llegar al arrollo y esto a ella le
agradaba. Sentía que allí había algo que la hacía sentirse como observada por
alguien, alguien que vivía allí, pero no quería ser visto. Ella miraba a su
alrededor y caminaba por el lugar tratando de verle, pero siempre terminaba
observando la naturaleza. Tal vez sus compañeros de clase tenían razón y estaba
volviéndose loca, pero en realidad se sentía observada por alguien cada vez que
iba a aquel lugar y esto la intrigaba. Estaba segura de que había algo allí que
no quería ser visto por nadie.
Yohari quería creer que todo
esto tenía que ver con su teoría, pero no se atrevía a adentrarse más allá para
averiguarlo, por temor a perderse en aquel hermoso verdor, en donde tantos se
habían perdido. Algo la impulso a continuar caminando más adentro, como guiada
por un instinto, cuando de repente escuchó a su amigo Carlos Alberto subiendo
por la vereda.
Carlos estaba un poco
gordito y le costaba mucho subir hasta la cima.
Siempre iba todo el camino refunfuñando sobre por que Yohari le hacía
subir hasta allá, solo para hablar con él. Por que no podía ser como las demás
chicas, ella tenía que ser diferente.
Yohari solía seguirlo a
veces sin que el se diera cuenta y le hacía pasar tremendos sustos, al salir de
repente en su camino.
Esta vez no sería una
excepción y decidió cortarle el paso a su amigo un poco más adelante. Así
continuó caminando muy sigilosamente fuera de las veredas para sorprenderle en
el siguiente recodo donde la vereda se unía con otra. Ya se encontraba lista
para sorprenderlo, cuando de repente escucho que una rama se quebraba justo
detrás de ella. Volteó rápidamente para mirar atrás y vio que a lo lejos una
figura se alejaba, más no pudo distinguirla muy bien. Fue tanta su sorpresa de
ver a alguien en aquel lugar que le grito; ESPERA UN MOMENTO, QUIEN ERES, sin
darse cuenta que su amigo Carlos ya estaba llegando al recodo.
Carlos escuchó su voz y salió corriendo
rápidamente hasta donde se encontraba su amiga y la encontró un poco
confundida. Que te sucede Yohari, le preguntó Carlos sin obtener respuesta
alguna, ella solo miraba a lo lejos y le decía que lo había visto y que tenía
razón.
Carlos estaba desconcertado,
pues no sabía que era lo que sucedía. Tomo a su amiga entre sus brazos y le dio
una fuerte sacudida, entonces ella le respondió diciéndole; “No seas tan brusco
conmigo, que yo no soy una chica fácil.” Carlos suspiro sabiendo que ya estaba
bien, pues aún conservaba su humor de siempre. Solo alguien como Yohari podía
hacer una broma de cualquier situación. Ambos dieron la vuelta y continuaron
por la vereda rumbo a la cima.
Una vez llegaron al tope de
la montaña, se sentaron a dialogar sobre lo sucedido en la vereda del arroyo.
Yohari le narró con lujo de detalles su encuentro tan repentino con aquella
figura, que para ella parecía ser la de un indígena, o un nativo del lugar.
Carlos la escuchó por unos instantes sin decir palabra y comenzaba a pensar que
su amiga del alma, se estaba volviendo loca. Ella estaba eufórica por su encuentro con aquel ser, que según ella
podía ser un descendiente directo de los Taínos. Carlos continuó escuchándola
por horas hasta que llego el momento de partir, pues ya la tarde estaba cayendo
y pronto oscurecería.
Comenzaron a bajar por las
veredas y Yohari no paraba de mirar a su alrededor, como esperando ver
nuevamente aquella figura que le había impresionado tanto, mientras Carlos se
sentía cada vez más preocupado por ella. Al llegar a los autos, Carlos le pidió
a Yohari que por favor se tomara unos días de descanso y que se olvidara un
poco de sus pequeñas teorías, pues no le hacía bien el pensar tanto en eso.
Ella se molesto mucho con él, pues sabía lo que su amigo estaba tratando de
decirle. Esta se subió a su auto y se marcho sin siquiera decir palabra. Carlos
se sintió un poco mal por la forma en que su amiga se había marchado y antes de
subirse a su auto miró atrás y dejo que su mirada se perdiera en el inmenso
verdor del bosque, como preguntándose; “SERA POSIBLE QUE YOHARI TENGA RAZON”,
entonces salió de aquel letargo y se marcho de aquel lugar.
Ellos se fueron perdiendo
por la carretera rumbo a sus hogares, mientras Guatibirí les observaba y se
preguntaba por que se había dejado ver de aquella joven, como podía ser tan
tonto de haberla seguido, de haberse dejado ver por ella. Solo esperaba que no
regresara por allí a buscarle, pues tendría que abandonar su hogar y mudarse a
otra parte o hacer que ella se perdiera en el bosque para siempre.
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